ALMAS DE ARCILLA

Que fácil es tropezar con una simple piedra, con un pequeño escalón, con un ligero quiebro en la acera. Pero que más fácil es pasar y superarlo, como si no hubiera sucedido nada, recordando ese tropiezo como una caída de la que salimos victoriosos y dando gracias por haberla superado.

La semana pasada se celebraba la Feria de mi ciudad. Es una semana dedicada al baile y a la fiesta, son días de celebración en los que se conmemora la toma de la ciudad por los Reyes católicos. Como todos los años se esperan turistas de todos los lugares y países, la ciudad entera baila y ríe al son de nuestra música hasta bien entrada la noche. Son días en los que llevados por una vida ociosa y de festejo, es fácil sumergirse en un mundo que nos insiste continuamente en que la única forma de disfrutar verdaderamente eventos como este, es haciendo todo lo que hoy se considera socialmente aceptado, viviendo y exprimiendo al máximo el día, sin importar nada más que nuestra diversión personal.

Puede llegar a tanto este disfrute que sin darnos cuenta, inmersos en nuestra ociosidad, apartamos nuestra mirada de aquello con lo que realmente disfruta el alma. Nos volvemos más vulnerables a esas pequeñas piedras que se ponen en nuestro camino y que con sutileza nos hacen tropezar. Es en estos momentos, cuando esa manera de diversión, transforma nuestra vida en un escenario que deja de ser grato a los ojos del Cielo.

Fruto del pecado original y de haber perdido nuestra unión con Dios y con su divinidad, nos volvemos hombres que, sin esfuerzo, nos dejamos llevar por las tentaciones que día tras día nos pone el enemigo, el cual conoce cada punto de nuestra debilidad e inteligentemente nos sorprende con aquello que más satisfacción nos produce.

El demonio conoce nuestro nombre y nos llama por nuestro pecado, y Dios, en cambio, conoce nuestro pecado pero nos llama por nuestro nombre. Contamos con la gracia de Dios, un Dios que se hizo hombre y asumió con nosotros nuestra debilidad, para enseñarnos a hacer de ella nuestra mayor fuerza, nuestra mejor virtud y ponerla a su servicio y al de los demás. Aunque caigas y te dejes llevar por las diversiones con las que este mundo nos tienta, no olvides que cada una de ellas son una oportunidad más para después levantarte y acercarte con mayor fuerza y convicción al Señor. Nuestras almas son de arcilla, cualquier piedra en el camino puede hacerlas caer y quebrar, pero sabemos que, las manos de esa arcilla tan perfectamente elaborada y amasada, son las de Dios, Padre Misericordioso, Él nunca se cansará de recoger cada una de las piezas que se han roto en el camino, para recomponernos y con mucho más amor que en la primera vez.

Celebremos dichosos, el don de la Creación de Dios, puesta entera a nuestros pies. Vivamos cada momento de diversión convencidos del amor que Dios nos ofrece cada día, sabiendo de nuestra condición de hijos del Altísimo y con la garantía de que caminamos juntos con Jesucristo y nuestra Santísima Madre, siempre a nuestro lado, felices cuando nosotros lo somos y entregándonos todo su corazón en cada suspiro de nuestra alma, ansiosa en el fondo, de su infinito Amor.

alfarero19-576x383