DEJARSE LLEVAR

¿Alguna vez te has parado a pensar si es necesario que estés en todo?

Me cruzo con muchas personas, que agradecidas a Dios por los milagros que ha hecho en su vida, de alguna manera quieren devolver ese favor al Señor participando y estando presente en todas las actividades que se organizan por parte de diversos movimientos, compartiendo la gracia divina con la que se nos colma a diario, yo misma, sin ir más lejos, me reconozco en parte como una de ellas.

En la noche previa a un viaje familiar, se presentó una de esas situaciones en las que te proponen un envidiable plan. Con poco tiempo para pensar, tenía que tomar una decisión y confirmar asistencia. En mi impaciencia, decidí ir, me dejé llevar por lo que más me apetecía en ese momento y aún sabiendo las consecuencias, dije que si como en tantas otras ocasiones… pero conforme avanzaba la noche, me di cuenta de lo precipitada que fue mi decisión, con el viaje al día siguiente y sin haber descansado lo suficiente, notaba que ese no era el sitio donde debía estar.

Son muchas los momentos en las que reconociendo la grandeza de la obra de Dios, me siento tan agradecida, que pienso que tengo que estar en todos los acontecimientos que surgen, y de lo que no me doy cuenta es de que tengo que saber parar y ponerme frente a Él antes de tomar cualquier decisión, para ser capaz de ver, en la claridad de la oración, cual es su propósito conmigo.

En nuestra humanidad, por costumbre y por el ritmo tan acelerado que llevamos, muchas veces nos dejamos llevar por aquello que más nos atrae, elegimos la vía rápida y fácil de no pensar demasiado y nos convencemos de que nuestra elección es probablemente la más acertada, sin atender que a veces esa decisión no la tomas para hacer un bien, sino que puede que sea por hacerte un bien.

Cuando damos nuestro “SI” al Señor, y nos entregamos sinceramente a él y a su Plan, dejamos de ser nosotros quienes disponemos dónde hemos de estar, teniendo la suficiente humildad para dejar que sea él quien tome las decisiones. Abandonarse a uno mismo y dejar aquello que más apetece no es fácil, pero si nos reconocemos como humildes servidores de Cristo, como instrumentos de su Palabra, buscaremos siempre su Espíritu para que nos guíe y nos dirija hacia aquel lugar donde nos quiere.

Es en la oración y en el silencio, donde nos enseña su Amor y su verdad. Él conoce mejor que nadie nuestro corazón, nuestras ganas de agradarle, nuestras capacidades y también nuestras limitaciones, por ello debemos de confiar, como lo hizo María, dejándonos sorprender por aquello que aunque no sea lo mas apetecible, será lo más enriquecedor. En lo pequeño, en lo mas cotidiano, es en donde nos va revelando lo que quiere de cada uno, aquello para lo que hemos sido creados.

Lucas 5, 15-16: Su fama se extendía cada vez más y una numerosa multitud afluía para oírle y ser curados de sus enfermedades. Pero él se retiraba a los lugares solitarios, donde oraba.

valerie-everett