TRAS 40 DÍAS

Casi siempre cuando nos ponemos un objetivo o cuando nos marcamos una meta, todo es una lista de propósitos bien preparados que si los cumplimos más o menos nos pueden asegurar un buen resultado.

Como los jóvenes universitarios cuando empiezan el curso y se mentalizan de los errores que han podido cometer en años pasados, ellos se proponen un nuevo horario mas eficaz y eficiente para organizarse estudiando y con el que esperan confiados terminar bien el curso.

Así recuerdo como empecé mi cuaresma, toda una lista de intenciones donde medité aquellas faltas en las que caigo con rutina para intentar evitarlas en este tiempo y no volver a caer, centrando todos mis esfuerzos en conocer más el corazón de Cristo y vivir de manera que todo fuese un ofrecimiento a ese Dios hecho hombre y que día a día vuelve a entregarse por mi.

Fueron 40 días que comenzaron con verdadera ilusión, con un objetivo y una motivación que llevaba macerando bastante tiempo. Me desconecté del whatsaap para invertir ese tiempo en oración, me interese más por mi religión leyendo y escuchando charlas, participando con toda la devoción que podía manifestar en los sacramentos… procurando que estas semanas fuesen verdaderamente 40 días con Cristo, acompañándolo durante su retiro en el desierto y preparándome con él para lo que venía después.

Conforme pasaban las semanas, apreciaba como todos esos propósitos se iban desvaneciendo, que en lugar de acompañar, más bien yo era como aquél discípulo que se queda dormido por tantos afanes y que no responde cuando Jesús le pide que ore con Él en el huerto de Getsemaní. Todo llegó a suponer un verdadero esfuerzo que a veces rozaba el compromiso frío de alguien que por no fallar cumple por responsabilidad pero sin un corazón sincero, a veces cansada y otras llenando el tiempo con actividades que ni siquiera me había plateado hacer y que ahora se convertían en mi prioridad. Con la cabeza más entretenida, buscaba y buscaba formas de acercarme a Dios y de llenarme de Él, pero todas estas acciones, lo único que hacían era alejarme y crearme una sensación ilusoria sobre el sentido y la dirección que estaban llevando mis obras.

Sin embargo un maravilloso regalo me esperaba en la última semana, tuve la gran oportunidad de servir en un retiro para jóvenes donde me di cuenta de una gran verdad que tenía abandonada y que todo aquel que ha tenido un encuentro con Cristo y ha llegado a experimentar lo infinito que es su amor y su misericordia nunca debe olvidar: TODO ES POR LA GRACIA DEL SEÑOR, absolutamente todo y nada nos sucede en la Tierra, excepto el pecado, que no sea porque Dios lo quiere.

¿Cómo me pude creer que yo sola iba a ser capaz de hacer todo lo que me había propuesto? Que gran error volver a pensar en mi misma y en mis capacidades, si todo se lo debo a Él, sin Él, no soy nada.

Volver a la oración y a un verdadero dialogo, sin prisas y sin mirar el reloj, exponiéndole todas mis obras y dejándolas en sus manos, descubriendo en cuales de ellas me quiere y haciéndome ver que en lo ordinario también está El y que no hacen falta grandes méritos para llegar a su corazón, sino solo un sincero deseo de amarlo en todo lo que dispone frente a nosotros cada día, ha sido el mejor resultado que podía esperar de esta lista de objetivos y propósitos que me puse al principio de esta cuaresma y en los que inconscientemente caigo a menudo.

Encontrarme cara a cara después de ese fin de semana ha sido mi gran revelación en esta cuaresma, ver de nuevo su rostro, sentirlo en mi corazón con una fuerza que hasta me llevaba a llorar viendo una cruz o una imagen suya, creer en su Santa presencia durante la Eucaristía y poder comer su Cuerpo, uniéndome a Él en su sacrificio por todos los hombres. Obviamente es algo que no depende de mí, es todo por su gracia y por el inmenso amor que nos profesa, un amor que en estos días de Semana Santa podemos contemplar con cada imagen que sale a nuestro encuentro en las calles, en cada una de ellas vemos a ese Dios hecho hombre, que es abofeteado, flagelado, humillado y crucificado para revelarnos al único y verdadero Dios que estará con nosotros hasta el final del mundo.

«Porque uno solo es Dios y uno solo es el mediador entre Dios y la humanidad: el hombre Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo como rescate por todos, como testimonio dado en el tiempo prefijado.» 1 Timoteo 2:5-6

34 orar la vida